MI DULCE MELODIA

Las oigo sonar, ese ruido está permanentemente rebotando en mis sentidos, es el ruido de mi tripa, el ruido del hambre, el ruido de la anorexia, el ruido de mis problemas, el ruido que me rebota como un eco absoluto por todo el cuerpo.

Me clambrea avisándome, por una parte de lo bien que lo estoy haciendo, de lo bueno que todo esto es para mi, para mi meta, de que soy una buena ana y que me merezco creerme princesa.

Por otro lado, el lado que vincula a mi parte racional, me counica que tengo hambre, que necesito energía para seguir, que me estoy haciendo daño, que así no es como sobrevive un ser humano.

Da igual en que lado me quiera posicionar, el hecho positivo es que ese rugido, ese movimiento contractil que realizan mis entrañas está ahí.

Está ahí porque puede mi ansia de verme guapa, de querer creerme Kate Moss, de conseguir mi ansiado sueño.

Me duele y me gusta, siento ese vacío tan cruel y disfruto de cada nota que emana.

Me fascina caminar por la calle con ese sonido, según avanzo coincido con escaparates, me observo, analizo mi figura, me vuelvo egocéntrica deleitándome con mi cada vez más fino reflejo, la escucho y le doy las gracias, y me doy las gracias a mi por no haber comido, por haber vomitado la cena de anoche, por hacer lo imposible, lo insano para sentirme bien, para sentirme guapa.

Quidar mi cuerpo como si fuera un templo se ha convertido en primordial tarea para mi existencia, es mi escondite, el escondite de mi anorexia. Me oculto tras él, ella se oculta en mí, soy consicente y me desespero en ocasiones y en otras disfruto como nunca, hay veces que no me entiendo, y otras que me parece tan lógico todo lo que hago.

Es cierto quizá necesite ayuda, pero yo no puedo juzgar eso de forma objetiva, quizá esté enferma, pero yo no quiero ayuda, ya la tengo, soy ana.